¿Demasiado Joven?

Al llegar a A.A. la mayoría de jóvenes nos dimos cuenta de tener en común algunos problemas con los que enfrentarnos. Al principio solemos creer que somos demasiado jóvenes para ser alcohólicos. Algunos no llevábamos mucho tiempo bebiendo. Algunos no tomá- bamos bebidas alcohólicas fuertes, ni nos caíamos al suelo, ni nos olvidábamos de lo que habíamos dicho o hecho cuando está- bamos borrachos. En nuestra vida cotidiana de jóvenes tenemos que enfrentarnos con la presión del grupo de compañeros, con relaciones estresantes con nuestros padres, y con las tentaciones de numerosas fiestas. En A.A. a menudo nos sentimos diferentes por ser posiblemente los miembros más jóvenes del grupo. Y a algunos de nosotros un miembro veterano poco informado podría habernos dirigido palabras desalentadoras como, por ejemplo: “Yo he derramado más alcohol que tú te has tomado”.

Para los miembros jóvenes de A.A., éstas son duras realidades. Por otro lado, al aferrarnos al programa y encontrar otros miembros, jóvenes y mayores, para ayudarnos, encontramos una solución a nuestro problema con la bebida. En A.A. hemos encontrado una manera de vivir que nos ayuda a enfrentarnos con las tensiones de la vida diaria y las presiones de los compañeros; y la vida es mejor y más divertida sin alcohol. Y cuanto más tiempo nos mantenemos sobrios, más íntimas son las relaciones que cultivamos. A nuestro parecer, no importa la edad que tienes, cuánto bebes, ni dónde bebes, ni qué bebes. Lo que importa es cómo te afecta el alcohol. Tú puedes decidir mejor que nadie si tienes o no tienes un problema. Y esto lo sabes desde tus adentros — ya sea que te sientas culpable, aislado, avergonzado; o si el alcohol te causa dificultades en tu vida. [Las preguntas al final de este folleto también pueden ayudarte a decidir.] Si la bebida te está causando problemas y quieres dejar de beber pero te parece que no puedes hacerlo a solas, prueba Alcohólicos Anónimos, pruébalo por un período de 90 días y si no te mejora la vida, por lo menos tendrás una más clara idea de cuáles son las opciones.

Todos nos sentíamos extraños al ir a A.A. Pero hemos llegado a ver que A.A. salvó nuestras vidas y nos dio un nuevo comienzo- -y es lo mejor que nunca nos ha pasado. También sabemos que hay otros muchos miembros de nuestra edad – de hecho, un 10% de los miembros de A.A. son menores de 30 años de edad.

¿Cómo evitamos beber?

 Vamos a las reuniones de A.A. con tanta frecuencia como podemos. Tras escuchar las historias, nos damos cuenta de que nuestro caso no es único. Aprendemos a identificarnos con los sentimientos de los que hablan y no comparamos los hechos superficiales de nuestra historia con los que escuchamos. También leemos literatura de A.A. como por ejemplo el folleto, “¿Demasiado joven?” y el librillo Viviendo Sobrio, y los libros Alcohólicos Anónimos y Doce Pasos y Doce Tradiciones. (Al final de este folleto hay una lista de otras publicaciones de A.A.) Hablamos con otros miembros antes y después de las reuniones y por teléfono. Nos transformamos, gradualmente, día a día. Ayudamos a otros alcohólicos. Y, ayudándolos, nos mantenemos sobrios, cuerdos y felices. En este folleto hay algunas historias de A.A., experiencias personales de miembros jóvenes como nosotros. Esperamos que te ayuden a encontrar tu camino.

Mitos y Verdades de Alcohólicos Anónimos 

MITO: No puedo ser alcohólico porque no puedo beber en exceso. Me pongo enfermo antes.

VERDAD: Algunas de las historias que aparecen en este folleto tratan de jóvenes que seguimos bebiendo a pesar de las protestas de nuestros estómagos. Somos alcohólicos también

MITO: No puedo ser alcohólico porque puedo aguantar mucho bebiendo. Nunca me mareo.

VERDAD: Algunas de las historias en este folleto tratan de jóvenes que tenían gran capacidad para aguantar la bebida. Somos alcohólicos también.

MITO: Los miembros de A.A. siempre quieren beber. Siempre se sienten frustrados y de mal humor.

VERDAD: La mayoría de nosotros nos encontramos a gusto sin beber. Y además sobrios ahora nos divertimos más que nunca.

MITO: Puedo tomarme un solo trago sin problemas.

VERDAD: A veces muchos de nosotros podemos tomarnos un solo trago y no volver a beber esa noche, ni el día siguiente, pero tarde o temprano, volveremos a emborracharnos. El mero intento de controlar nuestra forma de beber es un síntoma de que hay problemas.

MITO: Si todos se divierten mucho en la fiesta, entonces naturalmente nadie se va a acordar.

VERDAD: La mayoría de la gente no tiene fallos de memoria o “lagunas mentales”. Emborracharse de esa manera no es normal, y las lagunas mentales se consideran como un síntoma de alcoholismo.

MITO: A.A. te obliga a dejar de beber para el resto de tu vida.

VERDAD: A.A. no nos obliga a hacer nada. No juramos no volver a beber nunca más. Nos alejamos de un solo trago ––el próximo trago–– un día a la vez. No bebemos el día de hoy. ¿Quién sabe lo que pasará mañana?

MITO: Soy un mal bebedor de voluntad débil

VERDAD: Nos enteramos de que el alcoholismo es una enfermedad. Como las demás enfermedades, le puede pasar a cualquiera. El alcoholismo no se puede curar; sólo se puede detener. En lugar de tomar una medicina, participamos en el programa de A.A.

MITO: Sé que tengo un problema. Pero puedo superarlo.

VERDAD: Si eres como nosotros, es probable que no puedas superarlo a solas. El alcoholismo es una enfermedad progresiva, lo cual significa que si un alcohólico sigue bebiendo, la enfermedad irá empeorando progresivamente.

MITO: A.A. es para los vagabundos y los viejos.

VERDAD: La enfermedad del alcoholismo afecta a gente de todas las edades, razas y circunstancias económicas. A.A. puede ayudar y ayuda a gente de toda clase y condición

MITO: A.A. significa gente que me dice lo que debo hacer.

VERDAD: Para unirnos a A.A., lo único que teníamos que hacer era decidir que queríamos ser miembros. No hay formulario que firmar. No hay cuotas que pagar. “El único requisito para ser miembro es el deseo de dejar la bebida”. También descubrimos que en A.A. nadie te dice tienes que… Los miembros nos daban sugerencias sobre cómo mantenernos sobrios, basadas en su propia experiencia.

HISTORIAS

Pamela Se unió a A.A. a los 17 años

“El alcohol transformó a una dulce niña en una bebedora de lagunas mentales diarias”.

Me crié en el seno de una familia judía rica en una zona residencial de las afueras de Nueva York, y asistí a las mejores escuelas privadas. Mi futuro estaba lleno de oportunidades… hasta que empecé a beber.

Cuando tenía doce años, mis hermanos mayores y sus amigos me iniciaron en el alcohol, en el sótano de la casa de mis padres. Quería ser aceptada, y a mis hermanos les parecía que era gracioso ver emborracharse a su hermana pequeña. El alcohol me hacía sentir importante, atractiva y sin temor.

Para cuando estaba en el noveno grado, el alcohol había transformado a una niña dulce e inocente en una bebedora de lagunas mentales diarias, mentirosa, tramposa y autodestructiva. Trataba de mantener las apariencias para evitar que me criticaran por mi forma de beber. Y, de hecho, mis calificaciones eran buenas, actuaba en una compañía de baile e incluso fui la presidente de mi clase. Mientras tanto, iba perdiendo a la mayoría de los amigos que conocía desde la escuela elemental, y ya no podía seguir el hilo de las mentiras que les decía a mi familia. En una ocasión, cuando tenía quince años, los médicos creían que tenía un trastorno de alimentación porque sólo pesaba unas 85 libras. La verdad es que no me gustaba comer porque era más fácil emborracharse con el estómago vacío. Tenía unas resacas terribles y vomitaba casi todas las mañanas. También empecé a usar muchas drogas. Mi escuela era un recinto cerrado, y varias veces me pillaron escapándome de los terrenos de la escuela para beber y usar drogas. Mis calificaciones empezaron a empeorar y cada vez era más difícil mantener una buena apariencia. Cambié de escuela pensando que eso me podría ayudar, pero no sirvió para calmar mi forma de beber. De hecho, se empeoró. Un administrador de la escuela sugirió que asistiera a algunas reuniones de A.A., pero yo no estaba lista para la solución.

El verano anterior a mi último año de escuela fui a Suiza en un programa de intercambio de estudiantes. Era la primera vez en mi vida que podía beber legalmente. El verano empezó con una serie de “lagunas mentales” y acabó con un momento de claridad. Estaba sentada sola en la terraza de un pequeño café emborrachándome. No había nada fuera de lo normal ese día. Ninguna catástrofe, ni sirenas, sólo una muchacha llena de temor y desesperación que sabía que necesitaba ayuda. Fue en aquel preciso momento cuando más que nada quise ir a Alcohólicos Anónimos y lograr la sobriedad. De vuelta en septiembre, en mi último año de la escuela a la edad de 17 años, empecé a asistir a las reuniones de A.A. Trabajé con una madrina que me guió por los Doce Pasos. Fui a muchas reuniones y desarrollé una relación con mi Poder Superior. A.A. se convirtió para mí en una forma de vida, y me devolvió la esperanza en una vida que creía haber perdido. Han pasado más de 17 años desde ese momento de claridad que me permitió abrirme a mí misma a recibir el regalo de Alcohólicos Anónimos.

Juan Se unió a A.A. a los 18 años

“A.A. me estaba enseñando una forma de vivir mucho mejor que la que yo estaba viviendo”.

Soy el más joven de once hijos de una familia alcohólica. Nos trasladamos de un sitio a otro muy a menudo y mis padres se divorciaron cuando yo tenía nueve años. Había mucho abuso en mi familia, y yo era muy tímido y retraído. Siempre acudía a mi mamá para refugiarme cuando tenía miedo de que mi padre me golpeara. Me emborraché por primera vez a los 11 años. La bebida me quitó el temor a la gente y la inseguridad, pero me metió en dificultades. De adolescente, ingresé muchas veces en centros de tratamiento, casas de transición y correccionales juveniles. Nunca terminé la escuela. La primera vez que leí un libro de principio a fin fue cuando estaba en la cárcel. Trataba de engañar a todo el mundo y pronto aprendí a decir lo que los adultos querían oír para quitármelos de encima. No obstante me sentía muy solo porque me parecía que mis problemas eran únicos.

Pasé algunos períodos de sobriedad para complacer a otros, pero no duraban mucho, y la vida seguía siendo insoportable. Mi último período de beber duró más o menos un año. Después de mi última borrachera, me encontré en la cárcel por tres robos y una agresión. Espero no olvidarlo nunca; quería arrastrarme hasta una esquina de la celda y morirme. Me enviaron a un centro correccional regional, a tratamiento y a otra casa de transición. Aquí fue donde empecé a pedir ayuda y encontré la libertad por medio de A.A. No sabía si quería estar sobrio, pero la gente en las reuniones me decía: “Sigue viniendo”. Me gustaba mucho oír eso. A.A. me estaba enseñando una forma de vivir mucho mejor, y cómo enfrentar los problemas diarios y no sentirme solo. Sé que me queda mucho camino por recorrer, pero con este programa y con Dios, sé que puedo llegar, aunque aún tengo malos días.

Pero he tenido la oportunidad de compartir mi experiencia, fortaleza y esperanza en un par de instituciones correccionales. Me siento más parte del programa y esto es muy gratificante. Con Dios, puedo aprender a vivir “feliz, alegre y libre” y mantenerme sobrio un día más.

Alfonso Se unió a A.A. a los 21 años

“Yo sabía para qué iba a la universidad — para pasarlo bien…”

A los 14 años de edad, después de un baile en la escuela, experimenté mi primera laguna mental. Durante los siete años siguientes, mi forma de beber y mis dificultades empeoraron progresivamente. Bebía siempre que se presentaba la oportunidad de hacerlo. A los 15 años, me las arreglé para obtener un documento falso para que me sirvieran en los bares. Logré ingresar en una buena universidad. Yo sabía para qué iba a la universidad—para pasarlo bien y obtener un título. Me hice miembro de la mejor fraternidad de estudiantes y medía el éxito por la cantidad de fiestas a las que asistía. Nunca trabajaba más de lo necesario. Las lagunas mentales eran más frecuentes lo cual consideraba como indicación de haberme divertido mucho. En mi primer año, el encargado de la disciplina me llamó a su despacho. Un amigo y yo habíamos ido al apartamento de una secretaria después de que cerraran el bar y nos fuimos con la mitad de sus pertenencias. Ella nos denunció a las autoridades, y recibimos una amonestación.

En la primavera, el presidente de la fraternidad me advirtió que a los compañeros les parecía una buena idea que me refrenara un poco, porque estaba dando mala fama a la fraternidad por toda la universidad. Mi tercer año fue con mucho el peor. Fui a la escuela una semana antes de tiempo y no estuve sobrio ni un solo día de esa semana. La mayoría de los días ni siquiera intentaba asistir a las clases. En diciembre, me llamaron de nuevo al despacho del encargado de la disciplina, y me enviaron a ver a un psiquiatra. El médico me dijo que tendría que abandonar la universidad y hacer algo con respecto a mi problema con la bebida. Me quedé estupefacto. ¿Qué problema con la bebida? Le dije que dejaría de beber si me permitieran quedarme; pero él trató de convencerme de que yo había perdido el control. Esa tarde me fui de la universidad.

El día después de la Navidad, me ingresaron en una clínica psiquiátrica. Me sentía confundido respecto a lo que había pasado y lo que iba a pasar. Cuando alguien trataba de hablar conmigo, mi única respuesta era llorar. Con el paso de tiempo, llegué a poder hablarle al médico con bastante franqueza acerca de mi forma de beber. Admití la posibilidad de ser alcohólico. Después de seis meses, me dieron el alta. Mi padre asistía a las reuniones de A.A., y mi madre era miembro de Al-Anon (para parientes y amigos de los alcohólicos). Yo había asistido a muchas reuniones con mis padres. No obstante, cuando salí del hospital, no hice el menor esfuerzo para ponerme en contacto de A.A. Me mantuve sobrio durante dos meses y luego me tomé el primer trago. Seguí bebiendo dos meses y la cosas iban cada vez peor. Por fin llegó el día en que me convencí de que el alcohol me tenía derrotado. Esa noche asistí a mi primera reunión y no me he tomado un trago en dos años, un día a la vez. La comprensión que la gente de A.A. me mostró fue lo primero que me impresionó. No se sorprendieron por mi historia de bebedor; sabían de lo que yo estaba hablando. Todas las noches iba a las reuniones y al cabo de dos meses, le pedí a un hombre que fuera mi padrino. Resultó ser de gran ayuda, dándome las respuestas y el aliento que yo necesitaba para hacer funcionar el programa. Al principio me molestaba ser joven. Pero los hombres que se unieron al programa cuando ya eran mayores y se quedaron, me daban aliciente para hacer lo mismo. A.A. me ha dado la vida y la cordura. Trato de encontrar un equilibrio en mi vida entre los estudios, A.A. y hacer otras cosas que me gustan. Tengo todo esto manteniéndome alejado del primer trago, un día a la vez.

Copyright © A.A. World Services, Inc. Reimpreso con permiso